Yo digo Calarcá y el niño viene, viene y se va a su Calarcá tan sola. Sin el abuelo ni los tíos ni el padre. Y sin la bisabuela Mariantonia.
- Luis Vidales -
En la Registraduría del Estado Civil de Calarcá se conservaban las cédulas de ciudadanía que fueron oficiales hasta 1952. Un patrimonio histórico que se guardaba con sigilo hasta que un registrador consideró que solo eran basura y decidió deshacerse de ellas – doña Libia Jaramillo de Lozano llega a la papelería donde trabajaba y me dice que le habían dado la orden de quemar estos recuerdos. Sin dudarlo enciendo el carro y en estopas me traje para la casa todo ese montón de ciudadanos calarqueños, en total son 23.011 cédulas. Hoy se conservan en excelente estado y en formato digital – este hecho le dio inicio a un gran proyecto de conservación de memoria que aún lucha por sobrevivir: El Museo Gráfico y Audiovisual del Quindío.
Julio de 2018. Museo Gráfico y Audiovisual del Quindío. Interior día.
Hombre de 66 años, bien afeitado, pelo blanco, ojos cafés saltones, lentes, camisa manga corta, pantalón sastre y zapatos negros bien lustrados. Un cigarrillo Derby en la mano e historias en su boca. Luis Fernando Londoño Aristizábal es el director, dueño, aseador, gestor, doliente y amante del único museo gráfico del departamento del Quindío y sus alrededores.
El Museo se encuentra en la carrera 25 #41-49. Casa familiar de Vicente Pérez y Mercedes Aristizábal, dos calarqueños cívicos que se casaron a mediados de 1930, al no poder tener hijos decidieron convertirla en un albergue de niños desamparados. Aún conserva su estructura que recuerda la colonización antioqueña, tiene siete cuartos, piso de baldosa amarilla con motivos verdes en lo que fuera su patio, el resto de la casa se mantiene sobre un piso de madera y un techo que por los años ya no es capaz de detener las goteras. Sentados en una de las 4 mesas que han presenciado conferencias, tertulias, conciertos y una que otra fiesta, Fernando me cuenta diferentes anécdotas y datos sobre Calarcá y el Quindío.
Nos acompañan cinco cámaras de video antiguas colgadas en distintos puntos del techo. Tres cámaras fotográficas de diferentes años de creación que nos miran, desde el suelo, ubicadas en sus trípodes. Dos proyectores de cine creados en 1940 y 1970. Una vitrina blanca, de vidrios transparentes que guarda cámaras fotográficas análogas marcadas con su referencia, año de creación y capacidad. Cada uno de los cuartos ha sido acondicionado para albergar de la mejor forma discos, máquinas de escribir, cuadros, equipos de edición, películas y casetes que conforman la colección completa del Museo. Nos observan detenidamente los tres fundadores de Calarcá: Jesús María Buitrago, Román María Valencia y Segundo Henao, obras del arquitecto Hernando Jiménez.
Luis Fernando prende un cigarrillo Derby
Siempre he sido un amante de la historia, por ejemplo, hace tiempo me encontré con un señor al que se le había muerto su padre el cual era gustoso de la música y tenía una colección de discos en formato LP. Lamentando la muerte, le pregunté a sus hijos qué harían con toda la música a lo que me respondieron:
No, pues a la basura.
¿A la basura? Ni por el berraco, déjenme llevarlos al Museo.
A la basura una música hermano buenísima, el hombre era juicioso con la colección, una música selecta, todos los discos estaban marcados con X, XX, XXX y al que le gustaba le ponía “excelente”. Todos los discos por supuesto en perfecto estado, eran más o menos 600. Curioso fue lo que nos encontramos al destaparlos, en muchos había plata; el hombre, como era la costumbre hace años, guardaba billetes dentro de los discos y los libros, por supuesto se lo quise devolver al hijo, pero me dijo que no, que eso era parte del regalo –.
Fernando nació en Calarcá, 3 de octubre de 1952, a los once años empieza a fumar y como castigo su padre, Fernando Londoño Maya, radio técnico de profesión, lo pone a trabajar con la intención de alejarlo del vicio. Es el cuarto hijo de un grupito de ocho. Recochero, tomador del pelo y un poco dejado en el estudio. Hizo la primaria en la escuela Girardot, y su bachillerato en el Robledo. Cuando estaba en primero “lo salieron” por faltarle al respeto a un profesor, o al menos eso determinó el rector del momento Aníbal Agudelo.
No era un muchacho disciplinado. En ese tiempo la disciplina era muy templada y más conmigo que entré al Robledo con matrícula condicional, es decir, cualquier acto me daba expulsión. En una clase con Otilio Valencia, estaba haciendo mucha bulla, molestando con los compañeros, hasta que el profesor me dijo:
Londoño me hace el favor y trae a su mamá.
Pero profe, yo no soy capaz con ella.
Bogotá, Colombia, 1972
Luego de conseguir ganar el bachillerato decide irse a Bogotá para estudiar sistemas. Mientras estudia Programación y Análisis de Sistemas, “se regala” en la sesión de cinematografía de Inravisión. Aprende a cubrir las noticias en modo cine.
Luis prende otro cigarrillo
- Explico esto porque no existían cámaras portátiles de tv, todas las noticias se registraban en cine de 16 milímetros. Era un trabajo hermosísimo porque el cine exige que la toma sea perfecta, todo sea perfecto, la luz, la escena, los colores. Un aprendizaje chévere porque fuera de hacer reportería hacíamos revelado y edición en laboratorio, luego íbamos a las moviolas a editar las notas periodísticas que eran de 3 minutos equivalente a 100 pies de película - .
Además de esto lo llaman del Ministerio de Hacienda para trabajar en el departamento de sistemas.
-Era una vaina arcaica porque había que entrar disfrazado y totalmente esterilizado a la sala de sistemas, como entrar a una sala de cirugía, ahí es donde deduzco que la gente habla de virus, lo que se buscaba era que los equipos de cinta magnética no se fueran a dañar por el polvo. En ese momento se trabajaba con lenguajes de programación como el Cobol para la parte comercial donde uno tenía que hacer una especie de camino para que la información diera los resultados esperados, luego hacíamos unas tarjetas perforadas que se llevaban a la máquina lectora para que todo rodara. Me parece muy bello porque es como conocer el inicio de la era digital y computación - .
Calarcá 2018. Café La Tertulia. Exterior día.
Un hombre como Luis Fernando, que siempre está arreglando cosas, mejorando circuitos, cables, enlaces, comandos, compartimientos y todo lo que tenga que ver con electrónica no podía mostrarse de otra forma sino haciendo lo que mejor sabe hacer: componer recuerdos.
El Museo, al parecer, no es más que su propia excusa para seguir haciendo lo que su padre le enseñó cuando de pequeño lo acompañaba a arreglar neveras, proyectores de cine, teléfonos, radios y radiolas. Porque no se trata simplemente de conservar artefactos que añoran el pasado y sus años gloriosos de uso, no, eso no sirve, es como guardar basura porque se ve bonita. Todo, aunque usted no lo crea, dentro de esta casa de memoria, sirve. No como se quisiera, obviamente, los años no pasan solos y, sin embargo, ahí están, funcionando, proyectando, emitiendo sonidos, canciones, recuerdos.
La vida de Fernando Londoño ha transcurrido en el hacer, siempre está trabajando en un proyecto, con fotos o videos, moviéndose, gestionando y ayudando. Desde que inició su labor en el periodismo y el manejo de circuitos no ha parado. Se ha encontrado inmerso en distintas situaciones que le han favorecido para aprender y asesorar ante cualquier tema sobre medios, cine, radio, fotografía y manejo de equipos.
Su crítica a los modelos educativos tradicionales se puede notar en la forma en que siempre está buscando resolver problemas cotidianos. Cuando llega a trabajar a la Universidad del Quindío en 1972, la televisión a color no se tenía en el radar. Junto con el Italiano Ermanno Parodi convencieron al rector de la época para que incursionara en este mundo. Logran que se transmita el mundial de fútbol Alemania 1974 en el aula máxima de la Universidad. Esto provocó diferentes reacciones en la gente al punto de casi producirse una catástrofe de orden público pues todos querían presenciar esa maravilla de pantallas emitiendo a color. Su perfil y conocimiento le abrieron las puertas para que fuera el jefe del Centro Audiovisual y a la vez para dar la materia TV II a los estudiantes de Licenciatura en Tecnología Educativa.
Durante años Fernando se ha codeado con personas de renombre a nivel nacional e internacional, hace poco estuvo visitando el Museo el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul – ya le habían hablado del museo y aprovechó su estancia en Bogotá para volarse y conocerlo –. Entre muchos de los personajes que han pasado por esta casa del recuerdo se resalta la participación en la inauguración de Vicky Hernández, actriz colombiana quien en el 2006 recorrió los inicios de este espacio de memoria y cine. Entre lágrimas afirmó sentirse impactada al conocer y ver la historia que se recupera mediante fotos, registros audiovisuales y libros. Una de las anécdotas que más le gusta contar a Fernando es aquella en donde pudo lograr entrevistar a Luis Vidales, escritor y poeta calarqueño exiliado debido a la persecución que la iglesia inició en contra de su padre quien era masón.
Vidales representa gran parte de la historia de Calarcá a pesar de que muchos no lo valoraron en su tiempo a causa de la cultura conservadora que aún se siente en diferentes espacios y conversaciones. Quizás, como para reivindicarse, haciendo alusión y perdonando un poco los errores de algunos ancestros, en el Museo se conservan colgadas en una esquina cuatro fotos que recuerdan la entrega del premio Lenin de la Paz que le fue otorgado por la Unión Soviética en 1983, este premio es el equivalente a un Nobel de Paz. Además, junto a las fotos cuelga una bandera del partido comunista y la banda que adornó el carro fúnebre el día de su muerte.
Bogotá, Colombia, 1989
El director en ese momento de la Cámara Colombiana del Libro, Jorge Valencia Jaramillo, me preguntó si yo ya había visitado a un paisano que estaba muy enfermo, le pregunté que de quien se trataba. Nada menos que Luis Vidales.
¡Uy, cómo así!, pero no sé dónde vive ni nada.
Tranquilo Fernando, mañana vamos.
Al otro día estábamos en Corferias y el doctor me manda a llamar para que fuéramos donde Vidales. El maestro vivía en una casa muy sencilla en el barrio La Soledad, una persona lúcida aún en sus últimos días. Nos recibió con un cigarrillo en la mano, su barba era amarilla por la nicotina, le pregunté si era posible hacerle una entrevista y me dijo que sí. Al año siguiente fue su muerte.
En ese momento existía Colcultura, me contacté con el director, le pregunté sobre la posibilidad de hacerle una entrevista a Vidales y fue tanto el entusiasmo que hasta nos mandaron un periodista. Se logró que Vidales hablara con nosotros. Esa entrevista dura 40 minutos, el hombre maneja su humor fino.
Yo le pregunté: maestro, ¿usted a qué horas escribe?
Escribo las 24 horas del día y me han publicado varios libros que he escrito dormido.
En el momento de la muerte de Luis Vidales uno se da cuenta la cantidad de historias que se pierden por no haber tenido al menos la curiosidad de buscarlas a través de las personas que vivieron diferentes hechos durante años.
Calarcá, 20818. Museo Gráfico y Audiovisual del Quindío. Interior día.
Luego de montar una productora de televisión en Bogotá llamada Luis Fernando Londoño Televisión, de cubrir las noticias en el Senado, y de trabajar en la capital del país, decide volver a su tierra natal para educar a sus hijos en un verdadero hogar, la idea era no tenerlos que seguir dejando en su casa casi encerrados mientras él iba al trabajo. Su esposa como buena ama de casa los cuidaba, sin embargo, a veces ni siquiera en domingos podía salir a un parque con ellos. Por ello decide volver a Calarcá, impulsado por el deseo de implementar en el municipio diferentes proyectos audiovisuales. En ese momento estaban naciendo Telecafé y Teleandina.
Gracias al documental que realizó Fernando narrando diferentes momentos de la vida de la política Lucelly García de Montoya, decide unirse con Uriel Zalazar y Juan Diego Lozano, periodistas reconocidos en el departamento del Quindío, para desarrollar un proyecto que resaltara la importancia de recuperar la memoria mediante los testimonios de diferentes habitantes de Calarcá.
Fue en la Asociación de Usuarios Antena Parabólica de Calarcá (ASUAPAC) donde les habilitaron un canal para rodar el video de Lucelly en homenaje a su muerte, luego de esto se reúnen y elaboran una producción que cambió por completo las noches de todos los calarqueños, y a la vez, aumentó las afiliaciones a esta parabólica. Trae entonces un libro rojo con hojas amarillas, gastadas, y dice, con su voz humorística: vea este es el disco duro de ese tiempo. Abre el libro y me empieza a explicar cómo era el funcionamiento de cada uno de los días en que se realizaban las producciones en los barrios de Calarcá.
- Estaba recién salido la Universidad, estudie en Bogotá y venía influenciado por los medios grandes, sin embargo, un día Fernando me invita a una reunión y me cuenta el proyecto de televisión comunitaria que tenía pensado implementar. Mi trabajo era hacer la reportería. Creo que eso me marca el camino para dedicarme al periodismo ciudadano y se vuelve como mi estilo, siempre buscar primero a la gente. Fue desde ahí donde empiezo a hacer ese modelo de periodismo –. Cuenta Juan Diego Lozano mientras compara esa época con una historia de Gabriel García Márquez, en el sentido que prácticamente detenían la cotidianidad del pueblo con los programas, sobre todo los funcionarios de la administración que siempre esperaban que algo grave iba a pasar. La gente los empezó a reconocer y a felicitar por su labor – cuando íbamos a los barrios nos teníamos que preparar mucho para las comelonas, para tomar cerveza y aguardiente. Fue muy enriquecedor porque era un periodismo diferente, es apostarle a la tradición oral, al reconocimiento del entorno y la cultura. Construíamos sociedad, componíamos el tejido social, dándole importancia a los verdaderos protagonistas: la gente. Éramos unos cronistas urbanos –.
Cuando le pregunté a Juan Diego sobre lo más importante de Fernando Londoño no duda en nombrarlo como un quijote que durante años ha luchado sin descanso por mantener a flote el Museo – a veces me imagino a muchos Luis Fernandos recorriendo las calles en todo el país recogiendo los testimonios visuales, la tradición oral. Nadie le ha reconocido a Fernando lo que le deben reconocer, ese museo en Europa estaría siendo financiado por el estado. Ese proyecto puede llevar a toda la provincia de Colombia a reconstruir y no dejar perder la memoria. La crisis de identidad quindiana parte desde este desconocimiento –.
La parrilla de programación era muy diversa, cada día tenían una programación diferente que procuraba llegar a todos los rincones de Calarcá. Es así que por ejemplo los lunes era llamado: “ASUAPAC en los barrios” – nos íbamos y soltábamos el micrófono a los habitantes para que nos contaran historias de sus barrios, nos interesaba mucho cuando se había fundado, cuantas personas había, qué familias se conservaban, en fin. Logramos visitar 15 barrios y sobre todo darle a conocer a la comunidad que Calarcá no era solo el centro, barrio Valencia y Santander.
A raíz de estos programas sufren persecución política debido a que las denuncias de los ciudadanos aumentaron al sentirse respaldados por las cámaras; se generaba discordia entre las administraciones de diferentes entidades, uno de los hechos que resalta Fernando, es que muchos de esos barrios no contaban con buen acceso a servicios públicos, energía y agua, además que la fuerza pública no entraba. En varias ocasiones lograron que los habitantes se unieran en pro de arreglar las calles, ayudar a los desamparados, o simplemente pintar los parques de los niños para generar sentido de pertenencia en la comunidad.
Luis fuma un Derby.
-En varios programas buscamos dos cosas, gente que se hubiera destacado en el municipio por alguna razón, por alguna labor, entrevistamos por ejemplo a Gabriel González, pintor, un artista el berraco ya fallecido. Humberto Jaramillo Ángel, Gonzalo Gutiérrez, profesor, Adonías Rey Velásquez, el dueño del teatro Yari. Personajes que con su trabajo humilde hacían que determinadas obras o entidades funcionaran –.
Hermes Márquez, era uno de estos, funcionario de la Casa de la Cultura Lucelly García de Montoya, quien hacía todo: servicios generales, era electricista, fontanero, mecánico, arreglaba el bus. Prácticamente este sitio no dejó de funcionar por él.
Marco Botero Echeverry tenía 98 años, yo lo iba a entrevistar un martes.
No, venga mejor el jueves que estoy de cumpleaños – me dijo.
Por supuesto, ¿qué quiere que le traiga?
Tráigame aguardiente.
Nos tomamos esa botella y nos tocó comprar otra, nos contó la historia de Calarcá desde 1905 con nombres propios, incluso es una entrevista que edite mucho porque en la época de la violencia daba un montón de nombres y no me pareció prudente despertar de nuevo aquellos odios entre las familias.
En uno de los programas se dirigen al ancianato de Calarcá en busca de que los abuelos narraran alguna historia. En escena, viendo el video, se encuentra Juan Diego Lozano, a su lado, un señor con sombrero, camisa de cuadros y bastón en su mano. El periodista le hace diferentes preguntas sobre su vida de niño, caminando y jugando por las calles de Calarcá, se trata incluso el tema de su vida bohemia y de lo arisco que siempre fue para entrar al corral del matrimonio. Sin que nadie se lo pida, se le acerca a Juan Diego y le dice casi que susurrando: estoy capado, - ¿cómo así y eso? - pregunta el periodista entre risas, el abuelo le empieza a contar que lo habían engañado. Lo durmieron y al despertar con su mano sintió la cantidad de gasa que cubría su zona pélvica. Apenas llega al doctor lo primero que le dice es:
¿Doctor cómo nos fue?
Muy bien.
¿Usted me puede hacer un favor grandísimo?
Claro abuelito, cuéntame.
¿Me las puede traer?
¿Y eso para qué?
Pues doctor para despedirme de ellas, no ve todos los años que me acompañaron.
El programa que más recuerda Fernando es el de los sábados: “Colegios en Acción” – reunimos grupos culturales de los colegios y les dijimos que ellos se encargarían de hacer un programa de T.V. Nosotros solo íbamos con cámaras y equipos, ellos hacían todo, eso generó una competencia sana para salir en televisión. Hicimos 109 programas donde participaron el colegio John Dewey, Tecnológico, Instituto, Robledo, Nocturno, La Virginia, entre otros. Prende un nuevo cigarrillo y recuerda cómo gracias a este proyecto se revivieron los centros literarios en los colegios, los muchachos se reunían para trabajar y estudiar sobre poesía, música, artes y demás. Nace por ejemplo El grupo Ensamble. La señal de ASUAPAC se volvió viral y casi todos los calarqueños la sintonizaban. Para Fernando era el día más representativo pues podía incentivar en los muchachos ese sentido social y personal de apropiación de la cultura.
Afirma Juan Diego Lozano que la memoria es la capacidad que tiene cada sociedad de mirar hacia atrás, de reconocer las raíces, de evaluar errores y aciertos para tomar decisiones en el presente – desafortunadamente regiones como el Quindío no tienen esa capacidad de tomar decisiones de acuerdo al pasado, aquí no hay concepto de quindianidad y eso es algo que es producto de esa falta de memoria, de no rescatar los valores, los personajes que llenan de orgullo a los quindianos. Recuerdo siempre a Fernando como el papá periodista que no tuve. Usted sabe que en cualquier profesión se da relevo generacional pero en el periodismo no. Entonces siempre lo veo como eso. Es una persona totalmente entregada a esas causas nobles que no dan plata pero sí mucha felicidad y tranquilidad –.
Calarcá 2018. Museo gráfico. Interior día.
El celular de Fernando había sido robado días atrás, en un momento de descuido, y desde entonces luchó sin fortuna contra un IPhone 4 que le dejó su hijo, pero no fue capaz. Siguió con un Samsung, pequeño, táctil, viejo, guardado, que no funcionaba y a pesar de “la friega” por mucho que Luis organizara y lavara los circuitos, el procesador no se podía acelerar o al menos permitirle soportar las imágenes de su pequeña nieta, o los videos de críticas políticas, fotos de personajes, memes y todo lo que le llega a su WhatsApp.
Recordé que en diciembre había decidido cambiar de celular y que el Moto G que tenía guardado a la espera de su venta o deceso le podría servir. Este teléfono fue el principal testigo de la magia que ocurre dentro del centro de historia, memoria, recuerdos y experiencias de este municipio apodado cuna de poetas.
En el momento que escribo esto, no sé si servirá, si lo arreglará o si, al menos, me pagará. Pero ahí estoy, en su oficina, cual nieto que con paciencia le explica la forma en la cual sacarle mejor provecho al artefacto tecnológico y él, como todos los adultos que se rindieron, sin rendirse aún, responde: No, no me explique pendejadas, yo necesito lo básico, llamar y recibir llamadas, mensajes y el WhatsApp. Eso otro lo puedo ver en el computador.
El compartimiento de la sim card no funciona don Luis, vea.
Muestre, ¿y por qué será?
No sé, quizás el contacto se le dañó, por eso decidí cambiarlo.
Miremos cuál es la joda. Debe ser que está sucio y ya sé cómo arreglarlo.
Cada vez que don Luis dice “ya sé”, es porque en realidad sí sabe, como los niños que le muestran a sus papás lo que aprenden en el colegio, no se dejan ayudar porque ya saben cómo montar una bicicleta, prender un televisor o configurar un celular. Ellos manejan las cosas sin tenerlas. Saca entonces un aerosol negro en cuya tapa alberga un pequeño pitillo color rojo que sirve, según me cuenta, para limpiar compartimientos inaccesibles que por lo general limitan el uso. Y sí, dos toques parecían suficientes. No funcionó, el compartimiento sigue sin responder y yo ya tengo miedo de que le haya dañado la tarjeta sim. Pero él, como los niños que tienen ganas de ayudar, no se rinde y empieza a sacar herramientas para probar si alguna idea le funciona.
Destapa el celular, analiza los tornillos, recuerda cuántos artefactos ha arreglado y se da cuenta que la situación es sencilla, basta con abrirlo para conocer el interior y arreglarlo. Tiene tres, cuatro, cinco juegos de destornilladores especializados. Empieza a probar: un tornillo, dos tornillos, tres tornillos, cuatro tornillos - este berraco no se va a dejar – cinco tornillos, seis tornillos – bueno nos quedan estos cuatro, probemos con este otro destornillador sino ya sé que podemos usar –.
La idea no funcionó, entonces siguió el plan B, otro juego de destornilladores, tampoco, entonces se llama a la artillería, un pequeño mototool que se usa con fresas mecánicas de distintas formas y tamaños, siete tornillos, y ahí sí tocó usar a la pesada: La Coca-Cola – esto es curioso, muchos mecánicos utilizan esta gaseosa para arreglar los tornillos que no giran, dejémoslos remojando y mañana entonces miramos qué sucede –. Al día siguiente estoy en la Universidad cuando escucho sonar mi teléfono, en la pantalla aparece: Luis Fernando.
Don Luis, ¿cómo va?
Mijo, a que no adivina de dónde lo estoy llamando.
No jodas don Luis, ¿arregló el celular?
Pues claro, para qué me lo trajo entonces. Venga más tarde para que mire.
Bueno señor.
Y sí, arregló el celular, y sí, me pagó. Al otro día madrugó como suele hacerlo para abrir su segundo hogar a la espera de visitantes. Retomó la labor con el celular y se dio cuenta del daño: el compartimiento de la simcard estaba levantado y no hacía el contacto que se requería.
Agosto 2018.Museo Gráfico y Audiovisual del Quindío. Interior noche.
- Somos más o menos contemporáneos, lo conocí muy joven, luego cuando terminamos el bachillerato yo me fui para Bogotá y el hombre se encarriló en ese cuento de la televisión, no nos vimos durante mucho tiempo. Él regresa antes del terremoto con la idea de una productora local de Tv, entonces volvimos a encontrarnos, es como esas amistades que forman parte del telón de fondo de los recuerdos, luego de viejos nos empezamos a conocer y desde los últimos 12 años hemos tenido mucha cercanía –.
Néstor Jaime Ocampo es una de las personas que más disfruta la existencia del Museo Gráfico – Hermano, lo que pasa es que estuve un tiempo en Europa y allá cualquier pueblo tenía su museo así fuera en el garaje de una casa y a mí eso me parece importante porque es ahí donde se materializa la memoria colectiva. Esta no está en las conexiones neurales de un individuo sino en las toponimias, en los recuerdos, museos, palabras, mitos, leyendas, en las historias que se cuenta la gente; es ahí donde se decanta la memoria de un colectivo y cuando este man nos habla de un lugar público donde se expusieran esas cosas que él tenía, yo fui el primero que dije: ¡yo pago!, ¡Yo ayudo con eso!
Se reúnen entonces varias personas pertenecientes al Club Quindío de Calarcá y empiezan a realizar un aporte monetario con la intención de garantizar el pago del arriendo de la casa, los servicios y diferentes cuestiones que requieren tener un espacio como este. Sin embargo, la ayuda solo duró aproximadamente 12 meses, ahora el museo se mantiene en pie gracias a los aportes voluntarios que realizan los visitantes, además de las charlas que se realizan con estudiantes y universidades que garantizan una cuota por la participación. Para Fernando no hay nada más importante que prestar su espacio para las expresiones culturales y claro, para departir al son de tangos, boleros, ron y aguardiente. Su nevera nunca está vacía y su ánimo tampoco, le gusta que la gente esté feliz, hablando, recordando, narrando.
Fernando prende otro cigarrillo
Una de las cosas que más le interesan a Fernando es la conservación de la memoria, para él, el hecho de enseñar en los colegios historia, geografía y las diferentes ciencias sociales garantizan la apropiación por el territorio y por los recuerdos de los abuelos que lastimosamente se han ido perdiendo – la memoria es la vida de los pueblos, la memoria se construye en las nuevas generaciones, enseñándoles, haciéndoles sentir que este cuento es importante y está dada a través de la historia. Mi memoria, por ejemplo, se ha estado perdiendo por los años, aún estoy pensando en la persona que nos hizo el show en la inauguración, lo tengo trabajando en un render pasivo –.
Junto con Néstor Ocampo coinciden en determinar que la memoria se construye a partir de los recuerdos tanto colectivos como individuales, las personas muchas veces han desaprovechado la historia que se encuentra en la supuesta basura que hay dentro de sus casas y no dimensionan los hechos históricos de los que han sido parte – hay una memoria personal y una colectiva; la personal es mi niñez y mi familia, la otra es qué pasó históricamente en el pueblo y cómo cambió su rumbo. Por ejemplo, al hablar con una persona mayor de 65 años, siempre se tiene que mencionar y recordar la época de la violencia de los años 50 y 70. Esto hace parte de la memoria colectiva, que cómo la vivió esa persona es diferente a los demás, ahí entra entonces lo de la memoria personal –.
Para finalizar, Fernando abre el museo todos los días a partir de las ocho de la mañana, barre, sacude y prepara café. Siempre llegan personas a venderle artefactos, chatarra o basura por kilo, a veces se rescatan cosas interesantes, otras veces no se encuentra nada. En uno de los hallazgos se encontró con un video de Mario Moreno (Cantinflas) en una corrida de toros realizada en la plaza de toros de Manizales. Así que no deje de visitar y apoyar el Museo, quizás le interesen las cámaras, las fotos, los videos; quizás encuentre la cédula de su abuelo o bisabuelo. Quizás se entretenga con los videos de Michael Jackson, The Rollings Stones, The Beatles, Metallica o Freddy Mercury, conciertos completos que aún se conservan en diferentes formatos y que Fernando no duda en reproducir a sus visitantes resaltando que todo, dentro del Museo, realmente funciona gracias a él.
Texto publicado en octubre de 2018 en el periódico El Quindiano
https://www.elquindiano.com/noticia/9190/luis-camara-y-accion