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¡Todos se me bajan!

Actualizado: 10 sept 2021



Para Don Papá


Cortesía de Don Fingo

Ilustración: "Don Barbarias" - Cortesía de Leonardo Arias (Don Fingo) para esta crónica.


Su última vez estaba por llegar, durante cuatro meses había trabajado día y noche, sin descanso, no podía, no lo dejaban, no había reemplazos, la situación económica estaba difícil y las horas extras no eran suficientes. A las cuatro de la madrugada se encontraba en la esquina de siempre esperando un taxi o un amigo que lo transportara hasta el patio de los buses. Su ruta iniciaba a las cinco y no podía hacer esperar a los pasajeros porque lo importante era brindar un buen servicio – eran las once y diez de la mañana, llevaba tres vueltas y solo recuerdo que un pasajero se bajó, me faltaban dos cuadras para llegar al control, no recuerdo más, a las seis de la tarde desperté en el hospital – desde ese día Francisco ya no conduce buses.

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La mañana que iba a entrevistar a Pacho, como le dicen sus amigos y familiares, habíamos acordado vernos en el Parque principal de Calarcá. El encuentro era a las diez de la mañana, desde las nueve y cuarenta me estaba esperando – yo siempre he sido muy puntual – me dice mientras entramos en “Billares Momo´s Club” su lugar predilecto para tomar café. Escoge la mesa del fondo al lado de la chambrana que sirve de frontera para separar a las mesas de billar, le pregunto si también juega y me dice que no, que el jugador de la familia es su hermano Alfonso. Pide un tinto oscuro en taza y yo le sigo la elección. Momos tiene unas once mesas, algunas cojas, de mantel azul, encima de cada una un vidrio circular que toca regresar a su sitio en cada momento. El olor a café invade todo el lugar y la pantalla de un televisor de cuarenta pulgadas es encendida, siempre presentan los partidos de fútbol del Atlético Nacional y de la Selección Colombia, los Juegos Olímpicos o las carreras de ciclismo. Momos es para muchos “la oficina” o el lugar de encuentro, en cada momento hay gente jugando billar, tomando tinto o viendo televisión, desde concejales hasta albañiles, es uno de los lugares más concurridos de Calarcá por los hombres, porque las únicas mujeres dentro del café son las meseras.

Pacho cumplió 55 años el quince de abril, tiene un bigote frondoso, el cabello corto y negro peinado hacia atrás, ojos verdes que según cuenta han sido del gusto de las mujeres y la envidia de sus compañeros, tiene una barriga que en el pasado hizo juego con el uniforme de conductor y brazos que son el recuerdo que le queda del trabajo de cotero en Alma Café, mide 1,63 de estatura, usa jeans y zapatos mocasín azul, una camiseta negra que dice “Nike” y un “portadocumentos” amarrado a su correa, sus manos son grandes, callosas y su voz gruesa.

Era 1974 cuando su amor por la conducción iniciaba una situación de vida o muerte lo obligó a manejar. – Yo estaba trabajando con tío Pedro, él tenía un Willys, se transportaban cargas de plátano y café para vender, ese día veníamos de la vereda Potosí, íbamos para la galería cuando una vena del pie se le reventó, yo nunca había manejado, él me explicaba a veces pero yo no lo había practicado – a pesar del desconocimiento (tenía solo doce años) el estrés y la preocupación, decidió soltar el lazo que sostenía los plátanos, movió entre gritos a su tío del asiento de conductor y como pudo manejó el jeep, recordaba el movimiento de la palanca hacia la primera y en este cambio logró llegar hasta el hospital de Calarcá. Desde ese momento y a pesar de lo sucedido, decidió que su vida giraría en torno a la conducción.

Luego, en 1982, en la estación de Bomberos, aprendió de manera real a manejar los carros, en ese entonces trabajaba como voluntario a la vez que pagaba una condena – a uno por buena gente le pasan muchas cosas, yo estaba desayunando cuando los hijos del vecino pasaron y le tiraron una piedra a la ventana de la casa, salí corriendo, los alcancé y como se me enfrentaron, me tocó pegarles. El Mayor sabía que si me dejaba llevar a la permanencia se pondría en duda el prestigio de la entidad, los demás bomberos serían vistos como delincuentes así que logró que me dejaran pagar la condena en la estación – además de organizar los carros dentro del parqueadero, también debía estar presto para colaborar en lo que se necesitara en la alcaldía o las entidades de gobierno, había ocasiones que le tocaba reemplazar al conductor del bus en la Casa de la Cultura, así se le fueron los días aprendiendo a conducir.

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Pedimos otro tinto en taza, Pacho saluda a cada hombre que entra al sitio y me cuenta alguna anécdota sobre este, me asegura que muchos lo conocen porque desde los seis años ha recorrido las calles de Calarcá – yo no tengo recuerdos de niño, solo cuando empecé a trabajar junto a mis hermanos, nosotros estábamos en la escuela, pero la plata no alcanzaba, estudié hasta tercero de primaria, pero como en esa época no teníamos la oportunidad de comprar útiles ni nada de eso, hacía construcción de día y en las noches estudiaba – su papá siempre le dijo que tenía que ser verraco, el mejor, el que no se podía dejar de nadie y por eso cuando cumplió 10, ya era lavaplatos en el café “La Tertulia” de la calle 39; luego trabajó como ayudante de don Jesús Álvarez Ospina quien tenía un taller de bicicletas; y más tarde sería conductor de bus: querido, respetado, maldecido y odiado, como tantos otros.

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Estuvo manejando taxi en Calarcá hasta el año 1990 cuando el aumento de la gente que viajaba hacia Armenia permitió que la empresa Buses Urbanos, hoy Buses Armenia S.A, creara la ruta Calarcá – Armenia y viceversa, así que decidió mandar la hoja de vida a la empresa – yo estaba nervioso, era la primera vez que me iban a hacer un examen de conducción así que fui estratégico y me quedé de último, yo ya había manejado el bus de la Casa de la Cultura, pero estos eran más grandes y con más cosas – luego de permitir que los otros 20 concursantes manejaran y escuchar como el evaluador les daba sugerencias, al final Pacho quedó entre los siete seleccionados para manejar los buses “vitrinas” que tenía la empresa.

La felicidad no sería completa, a diferencia de lo amables que eran muchas personas con los bomberos, los conductores de bus enfrentaban, y aún enfrentan, una situación distinta – la gente no entiende que uno debe cumplir un reglamento, todos teníamos paraderos específicos para cada ruta, pero esa gente es así, ellos sabían y de todas formas me gritaban porque los dejaba dos cuadras antes o después de donde necesitaban bajarse –.

El año 1991 iba por la mitad y Pacho se estaba acomodando a su nueva vida, la ruta la había empezado a las cinco de la mañana, en las noches siempre procuraba cambiar los billetes por monedas para tener con qué devolver a sus pasajeros, sin embargo, ese día las monedas se le habían acabado cuando uno de los pasajeros se subió y le pagó con un billete de 100 pesos – ya me quedaba la última monedita, se sube entonces un señor y me toca dársela, detrás de él se sube otro, era alto y acuerpado, con voz fuerte, me paga con el billete y le digo que me dé un momento que ya no tengo monedas – el bus se volvió ring de boxeo, aquel hombre se enojó por el cambio a tal punto que cada pasajero que entraba al bus tenía que escuchar como este les decía que pusieran cuidado porque el conductor se estaba robando las devueltas – señora, vea, póngale cuidado, esa rata se está quedando con las monedas – vea señor, no se deje engañar, este mendigo es un hambriento y no devuelve las monedas – ¡ole! devuélvame la plata o es que se la va a robar para dárselo a las mozas – Pacho aguantó los insultos y los gritos mientras seguía la ruta, el hombre se había subido en el paradero de Tele-Armenia y aún quedaban varios sitios por recorrer antes de terminar la ruta, pensaba que lo mejor era dejarlo hablar para no tener problemas.

Bastó con que, al llegar al Terminal, muchas de las personas se bajaran para permitir que el conductor viera a su gritón pasajero por el retrovisor, entraron al barrio Bosques de Pinares y entonces pasó lo que Pacho estaba esperando – en el momento que ese man me timbra, yo apago el bus, le pongo el freno y abro la puerta, me le voy despacio por detrás del bus y cuando se iba a subir al andén lo tomó por el hombro, le doy la vuelta y le lanzo un puño en la cara – me explica entre risas que mientras le pegaba le decía que tenía que respetar, que él no era ningún ladrón, que por eso estaba trabajando y que cuando quisiera lo volviera a buscar para seguirlo acariciando.

Las caricias de Pacho no le eran ajenas a ningún pasajero que se enfrentara a las reglas que la empresa le exigía, como no dejar subir vendedores de dulces, parar solo en los sitios autorizados, llevar cierto número de pasajeros de pie, ser consciente de que las mujeres se cansan y los hombres le deben dar el asiento – yo siempre procuré respetar a los pasajeros, a veces ni les hablaba, solo estiraba la mano para recibir el dinero y devolver, un día se me ocurrió decir buenos días y alguien respondió: que tienen de buenos, entonces no volví a saludar –.

***

Era un 31 de octubre, su ruta cubría la última vuelta desde el norte de la ciudad hasta el sur, por la hora había pocos pasajeros y al pasar por el centro de la ciudad, la bulla de la gente indicaba la euforia del día de brujas, todos los pasajeros estaban mirando por las ventanas la gente que pasaba llena de Maizena y cuatro muchachos que estaban persiguiendo a la gente mientras les tiraban bombas con agua. Pacho no se había percatado del suceso hasta el momento que uno de los muchachos se subió y lanzó una de esas bombas al bus – yo estaba contando las monedas cuando escuché la algarabía y veo entrar esa bomba, como pude traté de mover el bus y la bomba se estrelló contra una silla mojando al señor que se encontraba sentado.

  • Vea hijueputa, me hizo mojar.

  • Qué pena hermano, quería esquivar la bomba.

  • Cual esquivar hijueputa. Siga manejando que es lo único que sabe hacer.

En ese momento Pacho sintió un golpe en la cara, aquel hombre le había lanzado un puño y él no tuvo otra opción, frenó, se quitó el cinturón y pasó por encima de la registradora para cobrar venganza – yo todo estresado y llega este personaje a echarme la culpa por el agua, yo ahí mismo me le enfrenté y toda la gente del bus me empezó a gritar – luego de la discusión, Pacho volvió a su puesto y continuó el recorrido, detrás de él la gente gritaba y maldecía el comportamiento del conductor hasta que al llegar a Tres Esquinas el bus frenó en seco y todos escucharon la orden de bajarse del bus – ¡todos se me bajan! Yo no voy a llevar a ningún hijueputa- Pacho los dejó y siguió el camino hasta La Fachada donde lo esperaba el control.

Al día siguiente, llegó puntual a las cinco de la mañana por el bus, el jefe de patios le dijo que no podía salir hasta que no llegara el gerente, porque necesitaba hablar con él. Ya suponía lo que esperaba. A las siete de la mañana empezaron a llegar uno a uno los pasajeros que la noche anterior había dejado en el andén, el conductor sorprendido buscó refugio en la oficina de la secretaria mientras llegaba el jefe.

A las ocho en punto arribó el gerente y todos los pasajeros invadieron la oficina exigiendo justicia por lo sucedido. Pacho fue llamado y al entrar todos empezaron a lanzar insultos y maldiciones al conductor, el jefe pidió que explicara su comportamiento y él, señalando al hombre que tenía un ojo morado, dijo que este había empezado la discusión. El hombre dijo que eso era mentira, que el conductor había tenido toda la culpa. Para calmar los ánimos, el conductor fue suspendido y cambiado de ruta.

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En el momento que estamos terminando el café, llega su hermano Alfonso, tiene el pelo un poco más largo que el de Pacho también peinado hacia atrás, mide 1,80 de estatura, tiene ojos verdes y su cuerpo es grande pues toda la vida ha trabajado como constructor independiente, no son gemelos, pero la gente suele confundirlos. – ¡Jaaa, ya lo están volviendo famoso!, buenos días mijo, mucho gusto, Alfonso para servirle – luego del saludo pide un tinto oscuro y nos ofrece otro a nosotros.

Las historias de Pacho son certificadas por su hermano, ambos hablan sobre sus vidas como constructores, acompañando a su padre y a su madre en el deber – Mijo, nosotros no fuimos más grandes porque no tuvimos la oportunidad de estudiar, con decirle que nos pasaban de año porque nosotros ya sabíamos a donde iba a llegar el profesor, si hubiéramos seguido seríamos hasta presidentes, uno se aterra hermano como la gente tan estudiada hace tantas barbaridades, eso que lo digan de uno que es un analfabeta, pero esa gente llena de plata y queriendo más, no es posible, ¿ya le contó cuando le disparó al ladrón? –.

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Era una mañana de marzo en 1998, hacía dos años que trabajaba para la empresa Transportes Urbanos Ciudad Milagro (TUCM), esta empresa era más exigente con sus conductores y la estabilidad era mayor; tanto TUCM como BASA hoy pertenecen a TINTO U.T. – Esa empresa es una unión temporal y llegó para acabar con la guerra del centavo, imagínese que nosotros no nos ganábamos ni el mínimo, nos pagaban por comisión de pasajeros y por horas extras, entonces claro, todos nosotros compensábamos con los días festivos, las madrugadas y las trasnochadas, pero habían unos hambrientos que se peleaban por los pasajeros, paraban donde querían y no les importaba los daños a terceros, yo me preocupaba por los pasajeros y procuraba respetar las señales de tránsito, por eso nunca me han hecho un comparendo, en cambio esos otros todos los días tenían problemas y más en ese tiempo que los buses ya eran viejos –.

Ese día cubría la ruta sur – norte, empezaba en el barrio La Fachada y subía hasta Regivit, no había construcciones, eran fincas y cafetales. Cuando iba bajando paró en la plaza de mercado, en ese momento los gritos de la gente alertaron al conductor, todos los pasajeros miraron por las ventanas y un hombre pasó corriendo por el lado del bus, detrás de él iba un policía – yo ahí mismo arranqué al lado del policía y le gritaba por la ventana ¡dispárele!, ¡Dispárele! Y el policía ya todo cansado seguía corriendo, pero no hacía nada (yo no entiendo para qué le dan un arma a un policía si no la puede usar) entonces el ladrón escuchó y me dijo: ¡Cállese sapo, entonces dispare usted! Y como yo siempre he seguido las reglas y hago caso a lo que me dicen, adelanté el bus hasta cerrarle el camino al ladrón y me bajé – El ladrón se detuvo y se le enfrentó a Pacho, como lo había prometido, le quitó la pistola al policía y disparó dos veces, ninguna de las balas le pegó al ladrón, pero sí logró que este se rindiera. Pacho se subió al bus y siguió su camino, los pasajeros lo felicitaron por la labor.

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Han pasado 10 años desde que tuvo el desmayo por agotamiento físico en un bus de la empresa TUCM. Asegura que no extraña esa vida, que ahora como conductor de volqueta doble troque le va mejor, hay menos estrés, menos insultos de pasajeros, trabaja más tranquilo y el sueldo es mayor. Su hoja de vida no tiene rastros de su vida pasada, la experiencia laboral ahora está en Constructora Túnel del Oriente, ICM Ingenieros, GAICO, PROCOPAL, Unión Temporal Construcción Vial, Consorcio Conlinea, entre muchas otras empresas de construcción que requieren de volqueteros doble troque, responsables y eficientes.

Francisco y Alfonso se despiden, a ambos los esperan sus esposas con el almuerzo servido. Mientras aguardo el bus que me llevará a la Universidad, recuerdo las recomendaciones de Pacho para no alterar al conductor: tener sencilla, caminar rápido dentro del bus, darle el puesto a mayores y mujeres embarazadas, no dañar las sillas, no timbrar más de una vez, entre otras. Él mientras tanto está almorzando, luego utilizará el computador de su hija, abrirá Google, escribirá “C” y en Computrabajo buscará los nuevos empleos de volquetero que se ofrecen, solo esos, ya no peleará con pasajeros, ni lo tratarán de ladrón por quedarse con devueltas, hora solo las piedras serán las receptoras de su estrés, porque jamás será busetero de nuevo. Nunca más.

Texto publicado en la edición especial de Panoramia OFICIOS & AFICIONES, 2019

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